La ranita de Augusto
Pablo Fuste Marta (Madrid, 1986), es madrileño de nacimiento pero zaragozano de corazón. Se define como aprendiz de dibujante y profesor de educación infantil de profesión. Sus alumnos disfrutan de sus dibujos para ilustrar los cuentos que cuenta cada día para ellos.
Para The Zaragozian, Pablo nos trae una de las «esculturas» más curiosas (y pequeñas) de Zaragoza, la rana que acompaña la escultura del emperador Augusto, situada actualmente al lado de las murallas romanas, enfrente de la fachada norte del Mercado Central.
«A Zaragoza o al charco»
Cuento baturro
Es precisamente en la web del Mercado central, donde hemos encontrado una posible explicación a la presencia de esta rana. Su origen estaría en un antiguo cuento «baturro» en el que se escenifica la proverbial tozudez que se atribuye a los aragoneses.
Según el cuento, un día San Pedro, aburrido por no tener que abrir las puertas del cielo a nadie, pidió a Dios volver al mundo para ver qué pasaba allí abajo «que ni un mortal viene a vernos en tantos años y tantos». Con el beneplácito divino, San Pedro bajó a la Tierra de un salto y apenas hubo llegado, camino de Zaragoza, se encontró con un baturro al que preguntó a dónde se dirigía, respondiéndole este último «A Zaragoza» a lo que San Pedro replicó «Si Dios quiere». El aragonés insistió sin corregirse: «Que quiera o no, voy a Zaragoza».
Contrariado San Pedro convirtió al aragonés en rana y le arrojó violentamente a un charco vecino. Y allí lo tuvo algunos años, obligándole a sufrir las inclemencias del tiempo, las pedradas de los chicuelos y otras mil calamidades.
Cuando, terminada su misión, San Pedro se disponía a subir a los cielos, regresó al camino de Zaragoza para devolver al baturro a su ser y le volvió a preguntar a dónde se dirigía. Éste le respondió: «Ya lo sabes, a Zaragoza», dijo más firmemente que la primera vez. San Pedro insistió con suavidad«Si Dios quiere, hombre, si Dios quiere». El baturro le replicó «Qué Dios ni qué… suplicaciones; ya te lo hi dicho: ¡A Zaragoza o al charco!»
Viendo el Apóstol que era inútil dominar aquel carácter, dejó al baturro seguir tranquilamente su camino hasta Zaragoza.
Y así acabó nuestra rana baturra junto a un emperador romano.